Si íbamos a crear un libro, queríamos que fuera algo más que el fanzine final de nuestra clase. Así que decidimos abrir la puerta de par en par. Nos pusimos en contacto con más de cincuenta autores, algunos profesionales con trayectoria, otros estudiantes o autodidactas en situaciones parecidas a la nuestra. La idea era clara: construir una antología que no se limitara a nuestro grupo, sino que respirara un aire más universal, más diverso y más ambicioso.
La autoedición fue una mezcla de caos y entusiasmo. Maquetar, revisar, corregir, discutir… todo con la sensación de que estábamos haciendo algo que iba más allá de un ejercicio escolar. Cuando llegaron las cajas con los 350 ejemplares, sentimos esa rara vibración que mezcla orgullo y miedo. ¿Funcionaría? ¿Interesaría a alguien?
En el Saló del Còmic lo descubrimos de golpe: 350 ejemplares vendidos. La mesa quedó vacía al tercer dia. Producto Agotado. Nosotros también. Fue un pequeño triunfo colectivo.
Después de eso tomamos la decisión más práctica y menos épica: subir el libro a Amazon en impresión bajo demanda. No como relanzamiento ni como nueva edición, con una historia que no habia llegado a tiempo. Era un modo sencillo de que cualquiera que quisiera leerlo pudiera hacerlo sin que nosotros tuviéramos que guardar cajas en casa.
A veces me da la impresión de que Deckard es un recordatorio amable de que ciertos proyectos se escapan de las manos. Que no tienes control total sobre lo que perdura y lo que se desvanece. Puedes hacer planes, establecer intenciones, pulir cada detalle… y luego la vida decide por ti. Quizá esa antología funcionó porque fue honesta, porque nació de un grupo de gente que estaba aprendiendo, porque tenía la frescura de lo que se hace sin calcular demasiado.
O quizá simplemente tuvo suerte. Eso también es posible.
Lo cierto es que cada vez que veo que alguien lo descubre, me produce una mezcla entre ternura y desconcierto. Es como reencontrarte con un viejo amigo del que no sabías nada, que de repente aparece con buena salud y nuevas historias que tú desconocías.
Y supongo que por eso escribo esto hoy: para dejar constancia de que me sigue sorprendiendo. De que hay proyectos que se resisten a morir, que se quedan en el mundo haciendo su vida silenciosa. Deckard es uno de ellos.
Y me alegra que siga ahí, cual padre orgulloso.
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